martes, 6 de marzo de 2012

Andrómeda


El universo. Un océano gigante de estrellas y extrañas formaciones cuyos nombres varían bajo la más mínima consecuencia. Una hebra más a la derecha o a la izquierda implica un cambio de magnitudes inimaginables a distancias monstruosas, lejos, extremadamente lejos, donde la mente del humano llega en niveles especulativos. 
Caminos llenos de gases intrínsecos luminosos, portadores del polvo de diamante que dejan los asteroides al pasar, dejando un boceto al ser atraídos por la gravedad de cualquier otra masa distante. Se cree que el espacio tan infinito que contemplamos ahora continúa en expansión, debido a el color violeta de las galaxias. Con este dato explican que se alejan de nosotros, van sin parar hasta ser detenidas por algo.
Se divisan estrellas dentro de todo cercanas a nuestro planeta y se la usan para dibujar. Crear diferentes figuras mitológicas y divinas, llenas de historias y aventuras de todo tipo y color, pero con esto se desacredita severamente a las estrellas como entes individuales. O peor, ¡podría causar problemas entre ellas!, Hydor (λ Aquarii, de la constelación de Acuario), podría competir con RW Cygni (supergigante de la constelación de Cygnus) para ver quién brilla con mayor magnitud, seguramente privadas de contacto alguno con el resto del firmamento. 
Blanco e imponente el cielo se retuerce y al cabo de unos minutos las primeras gotas, como estacas esculpidas en piedra preciosa, comienzan a caer. Chocan contra el suelo y se desarman rápidamente. Es muy probable que allá arriba suceda de la misma forma. Al colisionar dos estrellas, una tempestad inédita de pequeñas porciones de estas que modifican todo a su al rededor, haciéndolo todo más hermoso de lo que ya es. Los colores que se ven son pocos, no obstante tienen una proporción tan apropiada que satisfacen como si el cielo entero estuviese pintado de ellos, y mis manos, mis manos que anhelan tocar y presenciar todos estos acontecimientos, poder sentir nubes que no estén hechas de vapor de agua, son las que se quedan en la firme tierra protegida por la capa de ozono, en las entrañas de nuestra galaxia. Una galaxia solitaria, vagando en una corriente que no tiene ni principio ni fin, tratando de hallar la forma de entrelazar sus brazos con Andromeda, su hermana gemela.
Cuan a menudo ocurre que las diferencias entre las formaciones estelares convergen entre sí, causando terremotos silenciosos que padecen de un terror agudo y externo a todo planeta, a todo ser. Ya nadie podrá conseguir llegar hasta donde quiera que esté aquel lujoso satélite que lanzaron allá por los años 70, cuya misión era explorar el espacio en busca de información de carácter vital para ciertas personas que acostumbrar vestir con un delantal grueso y blanco, lleno de arrugas y de manchas de café mal derramado sobre la superficie posterior de sus respectivas piernas/ante-piernas. De renombrado doctorado y con buena reputación, el científico (estereotipado pasando los 60 años) se inclina de unos veinticinco a unos treinta grados para posicionar su ojo derecho sobre el diminuto lente conducto de superposicionadas placas circulares de diferente radio y grosor que tienen las facultades necesarias para refractar la luz de tal manera y magnificarla captando imágenes que en este momento determinan hasta donde llega el tan afamado Universo, para poder presenciar y con suerte especular hasta donde puede llegar la imaginación del hombre. Cuantos tipos de medidas será necesario de su invención para poder investigar, para poder abastecer la sed de conocimiento que tiene nuestra raza de seres vivientes. ¿Acaso tendrá un sin fin de posibilidades? ¿o estaremos dando vueltas en círculos sin darnos cuenta?.
Ya nadie podrá conseguir llegar hasta allá, tan lejos de nosotros mismos. Tan lejos de todo. El hombre que previamente uso maquinaria gigante de ultima tecnología levanta la cabeza disgustado, mirando al cielo alejado prefiere a unos simples binoculares que compadezcan su tamaño. Una leve sonrisa se inclina sobre su rostro.

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