domingo, 22 de mayo de 2011

monólogo al vacío

Siempre fui callado. Sí. De esas personas que ante un discurso con un determinado contenido temático, amplio y variado con espacios para llenar de opiniones coloridas prefiere no hablar. ¿Por qué? Bueno... la verdad es que no lo sé muy bien todavía. Al menos no significa que no piense las cosas, porque sí lo hago. Es uno de mis quehaceres favoritos. Pensar. Es una palabra simple, seis letras, sin diptongos ni hiatos.
Entonces tendré problemas de comunicación, problemas en lo que concierne darme a entender con otras personas, sabiendo éstas que hablo poco puedo ser capaz en determinadas ocasiones de lograr el objetivo mencionado anteriormente con el breve uso del vocabulario adecuado. No seré entonces el más hablador, pero hasta ahora me las arreglé de esa forma. Aunque por supuesto, no soy de agrado a la gente que no se lleva bien con la introversión.
Y debo admitir que desde hace ya muchos años que soy así. Algunos me tienen como un pensador constante, otros como una especie de loco y otros como una persona absurda.

Es extraño... a veces trato de sacar una explicación para todo, aún sabiendo que eso no es posible. Tampoco lo considero sano, hay cosas que deben ser entendidas porque sí, o justamente quizás esto signifique que no deben ser entendidas, no deben ser pensadas. Supongo que por eso es que sufro de tales limitaciones, al menos careciendo de angustia existencial.
Entonces de esta forma pienso. Pienso a las personas. Me pienso a mí. Y luego me pienso a mí dentro de las demás personas. ¿Quién soy?, ¿Quién es ese que está sentado allí?, soy yo dentro de los demás, todos, sí, todos forman parte de mí y yo formo parte de todos, sí, todos esos, que son yo.
Tal vez mi único propósito sea lograr comprender a todos. Comprender a las personas, pensar y comprender a las personas, pero... ¿para qué?. Es ahí cuando reitero lo incomprensible, lo que no tiene razón en el existencialismo, eso que no tiene motivo, que solo es.
Por eso voy. Voy y vuelvo. Miro a las personas, las entiendo y aunque no diga nada, ahí estoy yo siendo materia observable siendo observada y observando al mismo tiempo que los demás el punto en cuestión. Sí, entonces, ese soy yo. Ese que está allá mirando.

Las aves vuelan. Vuelan para trasladarse. Vuelan aleteando. Dejan de volar, y vuelven a volar otra vez. Yo pienso y no niego que los demás también piensen, pero es bueno dejar de pensar. Es bueno imaginarse el dejar de ser por un tiempo, por un ratito aunque sea.
Pero al ser esto voluntario... no puedo. Sí, no puedo. ¿Porqué no puedo?, quizás porque se genera un dilema paradójico. Al evitar pensar pienso en que quiero dejar pensar, por lo tanto estoy pensando. No hay otra forma de hacerlo, no. Se tiene que dejar de pensar si pensar, dejando de pensar, para después pensar otra vez.

Yo siempre pienso al divisar a las demás personas. Las veo... y pienso. Me sale solo.
Es como si para cada una de ellas, hay un espacio al cual se les puede dedicar al menos cinco minutos. No es necesario que conozca a esa persona, puede ser cualquiera. El señor que está paseando al perro, ese otro sentado en el parque, aquella mujer limpiando la mesa tan enérgicamente, que casi se le caen el cenicero y el servilletero que se encontraban en la esquina inferior izquierda.
Lo hago sin pensarlo. Sí. Pienso sin pensarlo. Y pienso hasta que la veo a ella. Sí, ella. Aquí hay algo nuevo. Al verla a ella... no puedo pensar. Sí, no puedo pensar. Mi mente se pone en blanco, solo salen palabras sueltas que no tienen relación entre sí, palabras tontas que no se pueden decir porque no tendría sentido hacerlo.
Es por eso que en ese instante deseo dejar de ser yo. Ella me hace querer dejar de pensar. Es decir, ¿para qué pensar?, ¿qué sentido tiene hacerlo?, frases como esas flotan a la deriva por un río que desemboca en una cadena montañosa. Sí, todo al revés. Ella es la única que me hace querer dejar de pensar, a mí, a alguien que piensa siempre, que cualquier cosa ve, cualquier cosa piensa. Soy tonto, soy muy tonto. Estoy loco. No, yo pienso que estoy loco, tal vez muestre el más coherente de los aspectos cognitivos, tal vez ni me distinga entre la multitud. Tal vez soy tan introvertido que ni una pizca de todo esto se nota en mi aspecto, tal vez nunca pueda dejar de ser yo, tal vez nunca pueda dejar de pensar.
¿Es esto amor?... amor. Una palabra, cuatro letras. Sigue siendo una palabra, lo importante es cuantas cosas describe esa palabra. Cuantas cosas explica esa palabra. Cuantas cosas es esa palabra. ¿Acaso soy yo esa palabra?, ¿tendré relación alguna?, no lo sé. Ya estoy pensando otra vez. Ya me encuentro con esa persona nuevamente. El de allá, sí. Ese que es como yo.