miércoles, 1 de septiembre de 2010

la breve concepción se enfrenta al surrealismo de los pobres, destando cadenas de sangre que se congela al caer del cordón de la vereda de las atrocidades, el joven cae y junto con él, el que no tiene desdicha impregnada también

son las olas, el viento que forma la arena y las nubes que suben y bajan, que se mueven atormentando, manteniendo en movimiento y en contacto la masa, la materia que se encuentra debajo, hasta cada diminuto fermión, son atrapados por la mano del cambio, puestos en un camino

penumbras, ataudes se llenan de polvo al tocer, se retuercen y se caen, chocan contra cristales y se rompen ambos

se libera un aura mística, se libera música, humo, miedo en la percepción, y conceptos que no dejan pensar, molestan ruidos en las esquinas de las avenidas, así como las hojas de los árboles caen sobre el agua que deja la lluvia, son arrastradas hasta que llegan al mar, son sumergidas hasta que llegan al fondo de él y pasan a la tierra, a ser inmortalizadas, convertidas en siluetas que duran lo que dura el mundo, hasta donde se conoce

sí. todo se tambalea, la bestia se queda perpleja, vacila y luego, estando segura de lo que va a hacer, divisa con su mirada astuta el objetivo y detecta todos los puntos estrategicos, todo lo que va a ser, cada peón que va a mover en el tablero, formando luces y colores, destellos, una bocanada de aire helado, aire helado, sí, el mismo aire helado que todos conocemos

la desdicha queda patas para arriba al afectar al patrón de seguimiento naturalizado, que sintetiza más que nada la direccionalidad del pensamiento efectivo, en una posición de leve vanguardia se deja caer sobre si mismo para reducirse a la nada, y de la nada misma se crea justamente un campo psicodimensional infinito

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