Mientras me volvia en el colectivo a casa, un hombre sentado al lado mio, en la fila de asientos del fondo me pidió si por favor no podría ayudarle dándole una moneda, o alguna mísera suma de dinero para que pueda subsistir. No tuve problema alguno en buscar en el bolsillo delantero de mi mochila para sacar una moneda, y luego darsela. Me pidió disculpas. Ahora, el relato que viene a continuación (espero yo) no haya tenido que ver con el asunto de la moneda: el sujeto hace comienzo de una charla en la que me hace saber que lo que hace, lo hace para levantarse, levantarse y volver a empezar (¿empezar qué?, ¿levantarse de qué?) y así continuar su vida a los cincuenta años o más. Me cuenta que es compositor y que sabe tocar la guitarra, sacando un carnet de una tal asociación de compositores bajo el nombre de José Oscar Labrioca, acotando que perdió su casa, sus cosas, y que ahora recurre a tocar y componer por las calles de caminito, en el barrio de La Boca, y alguna que otra zona cercana, pero le sirve de poco.
Mirandome con contemplación me pregunta si tengo una vida "normal".
La respuesta que le di fue afirmativa, hasta el momento en que reflexioné sobre ella, y mi oración terminó haciendole saber que hay mucha gente que también tiene una vida normal, pero lamentablemente solo se dan cuenta una vez que la pierden, como un bebé que no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Triste. El hombre asintió con la cabeza, y me pregunta si voy a una iglesia católica, o a algún tipo de misa, a lo que respondí que no, que soy mitad ateo, mitad agnóstico y que mis palabras las puede decir cualquiera, así como mis palabras se pueden parecer a las de ellos, las de ellos se pueden parecer a las mías tranquilamente.
Miro por la ventana. Me percato de que mi parada es la próxima y me levanto para tocar el timbre, mientras me agradece mis cortas palabras, concluyendo que tienen que ver con la fe.
Dejo el vehículo en Valle y Centenera, doblo a la izquierda y decido continuar mi vida aparentemente "normal".
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