Los sucesos relatados por una suave lágrima de una joven alma desesperada siempre son claros. Nítidos. Uno siempre se lo imagina como si lo hubiera vivido, como su hubiese estado ahí para verlo con sus propios ojos.
Malos acontecimientos ocurren para nuestro querido personaje, quién tiene la edad suficiente como para andar solo por la calle, como para vivir de sus ahorros y amar a alguien. Alguien que ya es flujo corriente para la comunidad, pero que es una mina de diamantes, que conducen a un lago, un valle, con el paisaje más deslumbrante que uno se pueda llegar a imaginar, sólo para él. Nadie más que él.
Dos almas, una pareja, dos mentes, una sola mirada, relucientes, vivos y llenos de energia, corren por un pastizal largo, que parece no tener fin. Se toman de la mano y se tiran al piso a mirar las estrellas al anochecer, las cuales hacen un juego perfecto con el resplandor que les otorga la luna. Ambos son los fieles propietarios de dos parcelas de tierra, la cual usarán como alternativa para dejar sus hogares en las pantanosas calles de la ciudad e irse a lo que ellos consideraban el "despojamiento de minerales preciosos": nombre metafórico que intentaba con lujuria describir las afueras de la ciudad, llenas de naturaleza abrumada por la colapsante brisa de los aires puros y más relajantes; comparandolos con minerales preciosos en bruto. Como la popularidad recide preferentemente en la jungla de cemento, el estilo de vivir en lo bello del campo ah sido despojado, dándole el adjetivo al nombre.
A precio de sangre, y lágrimas de sudor, ambos se fueron lo más lejos posible, donde construirían su nuevo hogar, lleno de la calidez que dos seres se podrían dar simbioticamente. Era muy común en esos tiempos que las invasiones de bárbaros y de gente perversa afecte a la gente que vive por los alrededores. Son demasiado vulnerables, pero a estos dos no les importaba nada. Resulta a veces más peligrosa la ciudad al ser el centro progenitor de enfermedades más grande.
Hasta que el reloj de arena de dio vuelta, la noche calló sobre sus espaldas y una horrible sensación de densa humedad comenzó a producirles escalofríos. Dolores de cabeza. Nada grave que por el momento los alarme. Como si algo estuviece tratando de advertirles algo. Varias veces pensaron en ir a algún otro lugar, pero no. Este era el indicado, y ahí era donde tenían que quedarse, y así fue también con la rapidez con que sucedieron los hechos.
La niebla comenzó a recubrir sus tobillos, hasta llegar a la punta de sus niveas rodillas, y poco a poco a introducirse por la boca del hombre, susurrandole al oído, con voz muy bajita y penunbrosa:
- estarás en cautiverio, durante mil años estarás en cautiverio, pero a precio de tu carne y huesos haz que tu amada se vuelva inmortal hasta ese momento, pasados los mil años tu cuerpo a la tierra regrese..
Ni desesperación, ni miedo alcanzaban para describir la expreción de su cara en ese momento, al ver que lentamente sus manos comenzaban a atransparentarse, a mezclarse con el aire a consecuencia del lugar en donde se habían metido. Despertó a su amada, quién en pocos minutos cayó enterada de todo lo sucedido hasta el momento y respondio a tierna voz:
- no temas, esperaré, esperaré hasta que se termine el mundo si es necesario, sólo para ver al sol ponerse una vez más.
Una especie de nube la recubrió en segundos, al mismo tiempo en que se le impregnaban unas hermosas fibras de cristal al rededor de su cuello, creando una insígnia con forma de flama, dejandola inconciente tirada en el piso.
Al despertar en la mañana, notó que su amado ya no estaba, que no lo había soñado y que ese extraño símbolo estaba todavía en su cuello. Entonces fue ahí donde tomo la decisión de esperar. Esperar mil años, a ver si es verdad o es mentira. A ver si el mundo dura hasta ese momento. A ver si el ave retoma su vuelo.
Pasados los mil años más largos para la chica, volvió al lugar de los dolorosos recuerdos. Con la piel blanca, los ojos verdes y el cabello negro, lacio, intacto. Tal cual estaba la noche anterior a su peor pesadilla hecha realidad.
Sus ojos comenzaron a centellar, a despedir partículas luminosas, que comenzaron a cubrir su cuerpo, con todas la escala cromática y una dulce melodía, hasta que la misma niebla cubrió sus tobillos, esta vez guardando una cierta distancia. Comprobada de una vez la presencia de la chica, una segunda pisca de luz apareció en la sala, creciendo rápidamente hasta el punto en que se le podían diferenciar las extremidades y dejandolo en carne y hueso parado frente a ella. El hombre lucía distinto, pero no mal. Había cambiado, algo se notaba distinta en su cara, que reflejaba armonía, seriedad y felicidad. Se abrazaron fuertemente, y sin decir una sola palabra se miraron durante horas, contemplandose uno al otro, y ni la misma muerte sería capaz de enfrentar, ni nisiquiera mirar.. a ese lazo que los une.
Un pequeño cordonsito, del diámetro de una hebra de pelo, color celeste y algo transparente que resiste el peso del más grande de los elefantes, y la hermosura y la pureza de la más dulce de las hembras.
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