Un señor en el medio del tumulto prende un cigarrillo (probablemente un Dunhill) de una forma tan suelta y despreocupada que produce exaltación en el resto del grupo. Entre los que se encuentran más alterados por este motivo son dos personas, una situada lo más lejos de la otra posible.
Por un lado tenemos un viejo de unos ochenta y cinco años aproximadamente, de mediana estatura, malhumorado y de ojos turquesa. Por el otro tenemos a una jovencita de ojos jade, alegre, algo bajita, de unos veinte a veinticinco años.
Podríamos decir que nuestro fumador se encuentra en su perfecto medio, los tres formando una línea recta. Justo delante de nuestra protagonista, inalterada, como habíamos dicho.
Todo esto se lleva a cabo en una sala que data del siglo diecinueve -según cuentan los hábil historiadores- al unísono con un delicioso silencio, aún no irrespetuoso, pero intuitivo.
La gente se mira entre sí, sobre todo nuestros tres títeres perfectamente alineados, junto con sus respectivas cualidades, mientras un aura de sospecha comienza a hacerse cargo de todo el aposento.
Miradas de reojo, mordidas de labios, estafas, colillas de cigarrillos muertos con el frío paso del tiempo, todo tipo de cosas inquietantes ahoga el viento que corre por esos grandes ventanales que reflejan un día adorable con tormentas aterradoras en el fondo, acercándose cada vez más rápido hacia donde se encuentra el lugar.
Vayamos al grano. Nuestra muchacha mirando hacia el cielo raso no corre con la culpa de nadie, ni nadie corre con su culpa. Es todo obra de un tercero al que no se lo ve aquí presente. Mira hacia el cielo raso constantemente con esos ojos cerrados hace ya mucho tiempo. Sabe que no los va a necesitar más. A fin de cuentas ¿para qué?, no sería necesario dada la circunstancia. Fue cuando entonces las puertas del fondo se cerraron abruptamente. La gente comienza a desesperarse tratando de abrirla, sobretodo un señor de unos cuarenta años, sin afeitar y con el pelo corto recién cortado vistiendo un descuidado traje de vestir.
Uno por uno iba cerrando la boca mientras nuestra pequeña protagonista camina nuevamente descalza por los mosaicos de marfil con los que estaba construido el piso del establecimiento. Así, es. Había despertado, como por arte de magia, lo que provocó que se le caiga el cigarrillo a nuestro amigo, rompiendo la alineación que tenía con la jovencita y el malhumorado de la tercera edad.
Aquí es donde lógicamente encuadraría una descripción lógica de lo que está pasando, pero no es el caso. La gente entró pensando una cosa y ahora está tratando de salir pensando otra cosa completamente diferente.
-¿Qué os pasa?- replico la niña.
La gente se hizo un paso atrás al escuchar su diminuta voz al ser amplificada por el efecto acústico.
-¿Cómo es que habéis despertado?- contestó el señor del cigarrillo.
-Es fácil cuando uno tiene un sueño liviano y forzoso-
-¿Acaso tenéis pensado dejarnos salir en algún momento?, ¿o nos vas a dejar aquí toda la tarde?
-Sólo lo necesario- respondió mientras sonreía levemente.
A todo esto, el malhumor del viejo parecía difuminarse mientras se acercaba a ella.
-¿Eres en verdad tú? ¿Has estado aquí todo este tiempo?
-Por supuesto-, respondió la niña, -¿A dónde más podía ir?
El viejo se apresuró y abrazó a la niña. Lo hizo tanto como pudo. Tanto como sus viejos tendones le permitieron hacerlo, mientras la gente se retiraba del lugar (incluyendo al hombre sin afeitar y a la jovencita mencionada anteriormente) hasta el punto en el que solo quedan el tipo del cigarrillo, ella y el viejo.
La pequeña, cubierta en mantas blancas que parecían manteles utilizados en la época del renacimiento debajo de una chaqueta de tela fina, caminó hacia el centro de la sala.
-Hermanos, nos encontramos aquí reunidos-
-Para ejercitar nuestros errores cometidos anteriormente-, cantó el viejo.
-Para afilar los detalles que más importan-, añadió el tipo del cigarrillo.
Los tres se miraron unos a los otros, sonriendo, por un largo rato. La tormenta había llegado al fin, dejando ver a la gente apresurarse por la calle, tratando de huir de ella con esos novedosos instrumentos (paraguas, creo que les dicen) como si no hubiera un mañana. Como si el humor del día dependiera de ello, aquello, todo, lo que se arruina con el agua. Siempre hay algo que se arruina con el agua.
Como sea, nuestros personajes se transportan sin problema alguno a un departamento situado en el centro de la ciudad, desde dónde se llega a ver todo. El río, el bosque, las montañas, y al norte, el afamado Downtown.
-¿Quieren un poco de café?-
-Nos encantaría-
La muchachita se dirigió a la cocina alegremente, mientras el viejo y el señor se miran de reojo.
-Hoy va a ser un gran día-
-Lo sé. Vamos-.
Compuesto a la música de Banco del Mutuo Soccorso,
Banco del Mutuo Soccorso, 1972.